Por Esteban Vicuña
Estoy gratamente sorprendido por la fina ironía del comité nominador del prestigioso Premio Nobel. En medio de un escenario geopolítico desconcertante, con rumores que iban desde Volodímir Zelenski hasta Donald Trump o Greta Thunberg, la historia da un giro inesperado: se le sale una rueda a la carreta, y el galardón termina en manos de la Dama de Hierro de Venezuela.
Personalmente creo que si el carácter y el servicio público tuvieran un medidor universal, María Corina Machado sería desde hace mucho una candidata natural para el Nobel de la Paz. Pero en un mundo donde los galardones no siempre siguen criterios morales sino equilibrios geopolíticos, intereses comerciales, y hasta clientelismo; su nominación adquiere un valor simbólico profundo, es un reconocimiento que no sólo le pertenece a ella, sino al tortuoso sufrimiento, la esperanza, la muerte, la clandestinidad, el exilio y la lucha de millones de venezolanos.
Como alguien que ha asesorado a distintos líderes políticos en Venezuela, puedo asegurar con plena convicción que el desprendimiento que María Corina ha demostrado es una cualidad excepcional (y escasa) dentro de nuestra glamurosa dirigencia opositora. Mientras muchos calculan cada paso con la mirada de la ventaja personal de los petardistas, del compadrazgo y del “ponme donde haiga”, ella ha puesto consistentemente el futuro de Venezuela por encima de cualquier interés individual. Poniendo en riesgo su vida, la de su familia, los negocios y hasta el tiempo con sus hijos.Y eso, por sí solo, es un acto heroico, que no cualquiera esta dispuesto a negociar.
Principios por delante
A lo largo de los años, María Corina ha soportado embestidas constantes, campañas de difamación, cárcel política tácita, censura, exilio interior. Pero nunca se perdió esa firmeza, ese hilo moral que la conecta con algo más grande que ella misma. Esa convicción no es simplemente política o constitucional, sino también espiritual. Ella no se limita a reclamar derechos o restituir instituciones: ofrece un relato de esperanza, de valores, de dignidad ciudadana.
Venezuela hoy es un país hecho cenizas morales, un caldo de desesperanza, de desinstitucionalización, de degradación de valores fundamentales. Un país qu ella ni reconozco. El régimen pasó décadas erosionando los cimientos éticos de la sociedad: la educación, la moral, la fe en el otro y en Dios mismo, la palabra empeñada. En ese contexto sombrío, el ascenso de una figura como María Corina no es anecdótico: es casi una necesidad histórica.
Ella es una mujer formada, culta, que conserva un perfil apto para gobernar. Pero sobre todo, confía en la Educación como eje estratégico: no solo para revertir el daño institucional, sino para reconstruir desde el niño que pierde la brújula moral hasta el adulto que olvidó qué representaba el honor patriota.
Cuando alguien logra conectar no solo con las emociones, sino convertir ese vínculo en organización, y esa organización en movilización efectiva, está haciendo algo que pocos políticos dominan. María Corina lo entendió y demostró esa viveza criolla que se tradujo en un triunfo seguro.
Durante las elecciones, muchos pensaron que su rol terminaría al cerrar las urnas. Pero ella mostró que su perfil es de dama de hierro: no sustituyó la estrategia por la retórica, sino que elevó la estrategia. Y uno de sus primeros gestos tras recibir este hipotético Nobel es significativo: dedicárselo a Donald Trump. Puede que sorprenda, pero como el buen whisky revela algo reposado y muy fino. Ella aprendió que hay que construir puentes diplomáticos, tejer alianzas internacionales para asegurar la libertad. Esa acción estratégica apunta a un entendimiento claro, ya se agotaron las vías internas y las instancias tradicionales; lo que queda es una operación quirúrgica bien pensada para restituir el hilo constitucional.
Porque no estamos hablando de una invasión: se trata de una operación quirúrgica, con apoyo internacional, para capturar o neutralizar estructuras fundamentales del narcorégimen sin poner en peligro la estabilidad de la región. Un ballet estratégico, no un bombardeo. Y en ese diseño, María Corina ha emergido como líder con visión internacional, capacidad para coordinar actores globales y firmar una narrativa de legitima democracia.
Las Fuerzas Armadas
Uno de los grandes obstáculos es claro: las Fuerzas Armadas están secuestradas por un cartel narcotraficante. Esa es una verdad incómoda, pero inevitable. Y mientras ese secuestro siga vigente, la solución tiene que venir desde afuera y desde adentro al mismo tiempo, cooperación internacional, presión diplomática, sanciones específicas, acciones quirúrgicas.
María Corina ha sido audaz al mover ese tablero: ha logrado articular diálogos y solidaridad con naciones como Estados Unidos, Francia, los Países Bajos, países del Caribe (Trinidad y Tobago, Antigua y Barbuda, Curazao, entre otros). Esa coalición no es casualidad; es producto de una dirección estratégica que entiende que la causa de Venezuela trasciende fronteras.
Si el Nobel sirve para iluminar esa causa, acelerar esa coalición, movilizar opinión pública global y otorgar un escudo de legitimidad internacional, tanto mejor. Porque ella no va por el Nobel como trofeo el tofeo es la libertad de Venezuela.
Más allá del galardón, el mensaje
En lo personal, me siento orgulloso de ser venezolano en estos días si tenemos figuras como María Corina. Los que hemos luchado en todos los tableros, sin duda alguna que por fin sentimos que de algo valió tanto sacrificio. Orgulloso de haber estrechado su mano, de haber escuchado su visión, de ser invitado a formar parte y de poner un granito de arena en la última milla. Pero más que eso: verla como “Nobel de la Paz” no es un exceso retórico. Es el más fiel acto que restituye la dignidad del país, que dice que la paz no es solo ausencia de conflicto, sino restauración de valores, justicia y libertad, cueste lo que cueste.
Que este galardón sea una bandera, que la impulse para consolidar alianzas que hasta ahora han sido tímidas. Que profundice su rol de puente institucional entre la sociedad venezolana y el mundo democrático. Que fortalezca la moral, la educación, la ética pública en el país, pero que sobre todo reviva el espíritu de los venezolanos, que ha sido devastado por el adoctrinamiento, el hambre, la brujería y la desidia.
María Corina Machado no solo merece el Nobel, Venezuela merece que se le reconozca un liderazgo que no se vende, que no cede frente al temor, que no negocia la dignidad. Pero, sobre todo, uno que sabe jugar en todos los tableros: en ajedrez, con estrategia; y si le sacan el dominó… se queda con la doble cena.
Luz, éxito y larga vida a la dama de hierro de Venezuela.
Por Esteban Vicuña