El papa Francisco destacó este lunes las «peligrosas rutas» en las que los migrantes se juegan sus vidas, como la de la selva del Darién, la de Centroamérica, el desierto del Sáhara y, sobre todo, el mar Mediterráneo, que se ha «convertido en un gran cementerio en la última década».
«Las guerras, la pobreza, el abuso de nuestra casa común y la continua explotación de sus recursos, que están en el origen de los desastres naturales, son también causas que empujan a miles de personas a abandonar su patria en busca de un futuro de paz y seguridad», dijo en su tradicional discurso de comienzos de año ante el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede.
En su viaje «ponen en riesgo sus vidas debido a rutas peligrosas, como en el desierto del Sahara, en la selva del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá; en Centroamérica, en el norte de México, frontera con Estados Unidos y, sobre todo, en el Mar Mediterráneo».
«Lamentablemente, esta última ruta se ha convertido en un gran cementerio en la última década, con tragedias que se siguen produciendo, también a causa de traficantes de seres humanos sin escrúpulos. Entre las numerosas víctimas, no lo olvidemos, hay muchos menores no acompañados».
Laboratorio de paz
Pero el Mediterráneo «debería ser más bien un laboratorio de paz, un lugar donde países y realidades diferentes se encuentren sobre la base de la común humanidad que todos compartimos», dijo el pontífice citando sus propias palabras en el viaje que efectuó en septiembre pasado a Marsella para clausurar los Encuentros del Mediterráneo en el que los obispos de la zona debatieron sobre la migración.
«Ante esta ingente tragedia fácilmente acabamos cerrando nuestros corazones, atrincherándonos tras el miedo a una ‘invasión’. Olvidamos fácilmente que se trata de personas con rostros y nombres y pasamos por alto la vocación del Mare Nostrum, que es la de ser un lugar de encuentro y enriquecimiento mutuo entre personas, pueblos y culturas», añadió.
Eso no quita, explicó Francisco, «que la migración tenga que ser reglamentada para acoger, promover, acompañar e integrar a los migrantes, en el respeto a la cultura, la sensibilidad y la seguridad de las poblaciones que se encargan de la acogida y la integración».
Ante este reto, «ningún país puede quedarse solo y ninguno puede pensar en abordar la cuestión de forma aislada mediante una legislación más restrictiva y represiva, aprobada a veces bajo la presión del miedo o en busca de un consenso electoral», dijo.
En ese contexto, «acojo con satisfacción el compromiso de la Unión Europea de buscar una solución común mediante la adopción del nuevo Pacto sobre la Migración y el Asilo, aunque señalando algunas de sus limitaciones, especialmente en lo que se refiere al reconocimiento del derecho de asilo y al peligro de detención arbitraria».